La trágica tormenta del último 2 de abril se ensañó con los vecinos del barrio Cildáñez. Muchos perdieron todo. Para que no se repita, los pibes volcaron la dolorosa experiencia en un mural.
Ocho manzanas forman un mundo dentro del mundo. En las orillas de Buenos Aires, Villa Cildáñez debe su nombre a un arroyo hoy entubado. Desde este bautismo, la villa está unida a las aguas. El último 2 de abril, ocho personas murieron en distintos puntos de la ciudad, y el barrio Cildáñez sufrió una inundación sólo comparable a otra de 1985. En la esquina de Homero y Echeandía, un mural evoca, sin estetizarlas, las penurias que produjo el agua. Lo pintaron alumnos y docentes de la Escuela Nº8 del Distrito Escolar 13º. "La inundación generó una conciencia más exacta de todos los dilemas que enfrenta la villa", dice María Teresita Orlando, vicedirectora del colegio de la calle Homero al 2100, a metros de la esquina ilustrada, donde en encuentros abiertos la comunidad local busca construir una red de prevención y respuestas propias ante las tormentas y, sobre todo, ante la indefensión que sufren por las periódicas inundaciones.
"Sucedió que los chicos llegaron con mucha tristeza al día siguiente de la tormenta, muy desanimados. Vinieron a la escuela porque justamente este edificio no se había inundado. Ellos, sus familias, habían perdido todo, y la verdad es que los relatos eran escalofriantes", añade Teresita, e introduce en la charla a los responsables del mural, quienes procuraron procesar el tránsito desde el dolor y la pérdida que padecieron los chicos hasta formas activas de transformación y prevención. "El mural fue el resultado de un trabajo pedagógico que incluyó relatos colectivos e individuales, y su traducción a música e imágenes", cuenta Catalina Escandel, la maestra de Plástica. Junto a Federico Mercado, el profesor de Música, decidieron trabajar lúdicamente con las experiencias de la inundación. "El mejor signo de que fue un trabajo colectivo es que el mural sigue intacto, nadie pintó encima; es la mejor prueba de que todo ese dolor pudo ser convertido en la denuncia de algo que no debió haber pasado nunca." Unos siete docentes guiaron a decenas de estudiantes en un proceso que, no sin simbolismo, culminó el 11 de septiembre, el Día del Maestro, con la inauguración del mural.
La Escuela Nº8 es una radiografía del barrio, multiétnico y multicultural, unido por la carencia y la precariedad pero también por la determinación en hacer valer derechos desatendidos. "Ese día, la casa se inundó hasta acacito nomás", cuenta Liana, que tiene 9 años, está en tercer grado y llegó desde Bolivia hace "harto tiempo". Señala con sus deditos justo donde terminan sus medias rosas, tres centímetros abajo de las rodillas. Ponen en palabras, ella y dos de sus compañeritas, lo que vivieron aquel día, que fue un auténtico divorcio entre el barrio y las aguas. Azul recuerda que ese día dormía con su abuela, "fue ella la que me despertó, pisó el agua y me dijo que la casa se inundaba, y yo me acordé de esa vez que se nos había volado el techo". Cuando hablan, descubren un mundo familiar rico, variado, complejo, donde primos, hermanos, tíos y padrastros hacen lucir reducido el núcleo habitual de padre, madre y prole. A Lourdes, que es más alta y tiene 12, está en sexto y nació en Asunción, no la despertó el tacto sino el olfato: "Yo vivo a tres cuadras de la escuela, y me desperté por el olor a nafta, del auto de mis tíos que ya se había llenado de agua; ellos y mis abuelos, que duermen abajo, trataban de pararla pero seguía entrando." Los relatos de las tres se confunden entre las pinceladas que cubrieron la pared blanqueada con cal, se completan ahí, en el mural.
Fabio Oliva integra la Red Intercomunal Cuenca Cildáñez (RICC), una organización que viene realizando encuentros públicos para conocer los dilemas del barrio, y programa un plan de contingencia y soluciones de base para los barrios que conforman las comunas 8 y 9 de la Ciudad de Buenos Aires, los que están sobre la cuenca del riacho hoy capturado bajo el asfalto de la avenida Juan Bautista de La Salle. Los vecinos más viejos casi no dicen "La Salle"; dicen "el arroyo". Pero esa ausencia entubada afloró a mares con la tormenta, la vieron todos, la sufrieron. "Después de la inundación, todos tomaron conciencia de que por acá corre un arroyo que proviene de Mataderos, pasa por Parque Avellaneda, llega a Soldati y termina en el Riachuelo, y que desparrama residuos de los mataderos: por eso antes lo llamaban Arroyo de la Sangre", explica Oliva.
Mañana se celebrará el tercer y último encuentro popular organizado por la RICC, esta red mixta "socio-gubernamental, técnica, política y comunitaria, conformada por vecinos, instituciones y áreas de gobierno de la Nación y de la Ciudad". Oliva lo define como "una experiencia territorial de planificación participativa", que organiza grupos de trabajo que vienen reuniéndose desde la inundación del 2 de abril, con el foco en dos ejes: la memoria de la cuenca y el relevamiento participativo, que recoge toponimias e historias personales y colectivas. Entre sus logros está el trazado de un Mapa de Riesgo de la Cuenca Cildáñez, que servirá como guía para las obras que se realicen en el barrio. Su desafío, dice Oliva, es "construir consenso para generar herramientas de intervención en políticas públicas", o en palabras tanto más simples, esas que usaron los alumnos de la escuela, "hacer algo, porque si no, nos tapa el agua". «
Los vecinos vuelven a reunirse
El tercer encuentro de la Red Intercomunal Cuenca Cildáñez se hará mañana sábado en la Iglesia Nuestra Señora de los Remedios, a dos cuadras de la Escuela Nº8, en Florentino Ameghino al 1400, de 15 a 18
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